Unos días atrás, en un Congreso Internacional sobre Salud Mental, expusimos junto con el equipo de ceideps (Centro de Investigación & Desarrollo en Ecopsicología y Psicología Social), una serie de ideas sobre qué estrategias las familias y los grupos podrían adoptar para afrontar y minimizar los daños que la respuesta a esta pandemia significó para miles de millones en todo el mundo.

La situación actual de la salud mental es, a nivel global, muy negativa. Podemos leer titulares sobre la duplicación de los niveles de depresión en Reino Unido, sobre una ola de suicidios en los comerciantes franceses, o como en México se ha multiplicado al doble el consumo de antidepresivos y ansiolíticos, por mencionar solo algunas noticias recientes. El pronóstico no da demasiado lugar al optimismo, y la advertencia sobre los efectos económicos y las deudas históricas de los estados derivadas de esta contingencia, no hace sino empeorar el panorama para los próximos años. Y sin embargo, en este clima de tantas resignaciones, pérdidas e incertidumbre, ha surgido una posibilidad de repensar y ordenar prioridades en la vida de muchísimos individuos, grupos y comunidades.

Seguramente estaríamos de acuerdo a la hora de definir este período de posmodernidad (y de pandemia) que vivimos como «confusión». En este vocablo «confusión», tenemos el sufijo «con» que significa conjunto o unión, y «fundere» que traducimos del latin como fundir, volver algo líquido. Y aunque alguien esté tentado a esta altura de pensar en el concepto de sociedad líquida del sociólogo Bauman, nos gustaría definir la «fusión» como la combinación íntima y conflictiva, entre dos elementos. Así, al estar «confundidos», estamos irremediablemente «fundidos» con aquello que queremos conocer. Y el problema es que cuando algo está fundido o confundido con otra cosa, se hace difícil diferenciar sus elementos.

La confusión es el primer paso del aprendizaje. 

Pichon-Rivière, padre de la psicología social argentina, explicaba que el aprendizaje tiene tres momentos: el confusional, el dilemático y el problemático.

En el primero -cuando hay confusión- no entendemos el límite del objeto de conocimiento. Sea que no sabemos como cambiar un pañal o entender a Heidegger, no logramos definir los contornos, los enigmas o los códigos de aquello que queremos conocer. Es el encuentro con nuestra propia ignorancia. 

Luego tenemos, el aspecto dilemático, en el que comenzamos a usar nuestros esquemas conocidos para intentar definir ese objeto que se nos presenta complejo, es el momento de ensayo y error, del aumento de la ansiedad y donde aparece el encuentro con la frustración. Es un momento clave, porque es la antesala del aprendizaje, pero ¡atención!, también puede ser la antesala de experiencias que vivimos como fracasos. En la medida en que continuamos avanzando para entender lo que tenemos delante, ese objeto de conocimiento que se nos resiste, entonces podemos pasar a la última fase: el momento problemático. Y fijémonos como a pesar de tener esa palabra, poder definir un problema conlleva ya, la génesis de su propia resolución. Lo problemático queda recortado, comprendido y nos deja a un paso de una fase que agregaremos a la propuesta de Pichon-Rivière, el momento operativo, es decir operar con esa realidad en el campo de la acción, ¡actuar!

¿Por qué nos detenemos en esta explicación? Para poder entender mejor que cuando estamos ante momentos confusionales, especialmente como el que vivimos actualmente, éstos pueden convertirse en escalones hacia el desarrollo de soluciones creativas,  y esto ocurre tanto en lo individual, como grupal, comunitario o social.

La confusión es el primer paso del aprendizaje. Así que, atención a navegantes, si nuestro actual tiempo se presenta confuso, tengamos esto presente y veamos en la confusión el principio posible de una solución, sin olvidar que la confusión es condición necesaria para el aprendizaje, ¡pero no suficiente! Debemos superarla para producir aprendizajes significativos, lo que nos lleva al siguiente punto.

Inteligencias y Adaptación Psicosocial

Tuvimos grandes revoluciones en la historia de la ciencia, personalmente, me gusta hablar de «caída de ilusiones», ya que muchas aspiraciones científicas y sociales -especialmente- las positivistas, no han sido más que eso, ilusiones que han terminado por caer por su propio peso. 

Una de esas importantes caídas se dio con el descubrimiento del inconsciente a principios del siglo pasado, imaginémoslo: dejamos de ser amos y señores de nuestro comportamiento -objetivo-, para pasar convertirnos en seres que integraban una lógica de base latente, inconsciente, afectivo junto con la lógica racional, lineal y consciente. Pero no solo eso, sino que es el comportamiento afectivo quien rige gran parte de lo racional. 

Allí aprendimos, que para entender el comportamiento, seria y profesionalmente, deberíamos convertirnos en expertos de esta lógica inconsciente.

Otra caída, que tardaría mucho más en suceder, le sucedió al concepto de inteligencia -sin el cual es imposible entender los procesos de transformación y aprendizaje. Aunque muchos lo intuían antes,  tuvo que venir Howard Gardner a explicar aquello de que la inteligencia lógica y racional -que era lo que la educación se esmeró en potenciar- no era una, sino múltiples (inteligencias), y que además, a diferencia de la anterior, no era innata, sino que se podía desarrollar, estimular y enseñar. Esto originó una revolución pedagógica sin antecedentes, en la que también tuvimos que rediseñar lo que creíamos que era el éxito y lo que podíamos hacer para alcanzarlo.

Así que las inteligencias (y utilizo el plural), nos hizo reflexionar a todos que esto de ser inteligente para poder vivir mejor, era lo menos importante. Y pasar a cuestionarnos qué entornos sociales deberíamos crear para estimular las inteligencias en todas las edades y en todos los sectores. Como bien señalaba Sir Ken Robinson, llevamos utilizando -salvo algunas excepciones- el mismo sistema educativo de hace doscientos años atrás.

Pero la idea de traer este tema aquí no es analizar la educación, sino pensar en las inteligencias como las formas en las que los seres humanos nos adaptamos al entorno. Hay una adaptación psicosocial que como sociedades estamos haciendo continuamente, ¡y de hecho somos bastante buenos haciéndolo! Tenemos, ahora mismo, mientras lees esto, cientos de culturas empleando diversas formas de organización social para responder a las exigencias del medio en el que se desarrollan, y aunque con errores, ¡hemos construido soluciones fantásticas a muchas de nuestras limitaciones!

El problema de la adaptación psicosocial es que podemos adaptarnos al entorno de dos formas: adaptación activa a la realidad, cuando utilizamos estas inteligencias que mencionábamos antes o adaptación activa a la realidad, que se da cuando respondemos repetitivamente con escaso registro de lo que sucede alrededor.

Todo esto que estamos contando es especialmente relevante, en situaciones como las que enfrentamos y que continúan aún en buena parte del mundo, fruto de la respuesta a la aparición de esta nueva enfermedad y que nos trajo una brutal restricción del contacto social, la pérdida de nuestra participación en sociedad como estudiantes, como trabajadores, como empresarios, como tías, primos, hijos, madres, abuelos, compadres, amigos, que dejan de compartir espacios de interacción e intercambio afectivo, dejamos de contar con elementos compensatorios de regulación emocional para sobrellevar la ya de por sí compleja vida cotidiana actual, donde la mayoría padecemos sufrimientos en las áreas laborales, financieras, educativas, familiares y sociales. 

Y es que, sin el área emocional funcionando de manera más o menos equilibrada, como sabemos quienes investigamos estas temáticas, el resto de inteligencias no funcionan correctamente, las adaptaciones psicosociales no son adecuadas o suficientes y consecuentemente tenemos un aumento de lo constituye el peor daño social y económico que podemos tener: el aumento del malestar, los trastornos y síntomas psicológicos y psicosociales. 

En la segunda parte, nos centraremos en contar qué podemos hacer para mejorar nuestra salud emocional.

Artículo publicado en la columna La Puerta Psicosocial | Diario Primera Edición | Argentina

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