No es que necesariamente nos hayamos vuelto insensibles frente a lo «realmente serio» que sucede en diversas latitudes del mundo, o excesivamente frívolos por prestar atención a lo que ocurre en la farándula del espectáculo, pero la cachetada del mediático actor Will Smith resonó en todas las pantallas del mundo casi tan fuerte como en la cara de Chris Rock, el cómico encargado de amenizar parte de la última edición de entrega de los premios Oscar de la Academia de Cine estadounidense y quien soltó la broma que ofendió a la esposa de Will, Jada Pinkett Smith, refiriéndose a su condición de alopecia.

¿Por qué analizar lo sucedido? Tiene dos ventajas: la primera es que al ser un hecho tan difundido, funciona como denominador común, todos sabemos a lo que nos referimos. La segunda es que, rápidamente, podemos proyectarnos nosotros/as mismos/as en esta situación y tomar partido -probablemente ya lo hayas hecho-, sea que nos pongamos en los zapatos de cualquiera de las tres personas del triángulo en cuestión. Así, puede ser de bastante utilidad sacar algunos aprendizajes y/o conclusiones desde la mirada psicosocial, que por otro lado, es lo que solemos hacer en esta columna.

Rápidamente, expongamos los hechos antes de hacer una lectura y análisis, por si existe alguna persona que no esté al tanto y luego pensar qué podemos aprender de lo sucedido:

– Como nominado (y finalmente, ganador) al Oscar por mejor actor en la película King Richard, Will estaba situado justo delante del escenario junto a su esposa, Jada.

– Chris Rock -comediante de stand up, cine y televisión- en su función de presentador-monologuista de una parte del evento, bromea como es habitual en este tipo de eventos sobre diferentes personajes presentes.

En un determinado momento dirige un chiste en el que satiriza la alopecia de Jada, aludiendo al personaje calvo de la película GI Jane (donde Demi Moore interpretaba el papel de la teniente O’Neil, en 1997) y sugiriendo que estaba esperando la segunda parte con la participación de Jada. Dice exactamente: «Jada, I love you. GI Jane 2, can’t wait to see… alright?» que en la traducción sería: «Jada, te quiero. GI Jane 2, estoy esperando verla… si?»

– Luego podemos ver en las imágenes como Jada desaprueba con gestos de incomodidad el comentario del comediante. Frente a esto, la reacción de su esposo es la de levantarse de su asiento, caminar los escasos metros que lo separaban del presentador con paso tranquilo pero decidido para soltarle, acto seguido, un enérgico cachetazo. Luego, se dirige a su sitio nuevamente. Chris, se queda atónito y sorprendido ante la situación.

– Una vez allí, frente a un intento del comediante de justificar que era solo un chiste, Will repite dos veces la frase: «Keep my wife ‘s name out of your f… mouth!», que se traduce como: «Mantén el nombre de mi esposa fuera de tu maldita boca». La «f word» como se suele referir para ni siquiera nombrarla, es un insulto considerado grave y agresivo cuando es lanzado hacia una persona, más aún en un tipo de contexto con protocolo y formalidades como es el de este tipo de eventos. Chris no responde ni al golpe ni al insulto.

– Más tarde, Will recibe el premio Oscar al mejor actor y pronuncia un discurso de unos seis minutos donde, visiblemente afectado y emocionado, y consciente de la gravedad de lo ocurrido antes, profiere un intento de justificación de su conducta por tener un llamado «a  proteger» y «a amar» a las personas y de ser un «conductor para la gente», además profesa ser consciente de tener que aguantar y ser «víctima constante del desrespeto». Luego se refiere a un comentario que Denzel Washington le dijera minutos antes («en el momento más alto es cuando el diablo viene a por ti»), además de una serie de referencias sobre ser un «conductor de amor», y de agradecimientos personales. Agradece el papel que interpretó y mediante el cual quiere ser «embajador del amor, del cuidado, y el compromiso». Luego se disculpa hacia la academia y hacia el resto de nominados (aunque no hacía Chris Rock o el público en general), hace alguna alusión a ser un «padre un poco loco» («crazy father») y que «el amor te hará hacer cosas locas» («love will make you do crazy things»). Agradece y hace una broma nerviosa al decir «espero que la Academia me vuelva a invitar».

– Luego del suceso, circularon situaciones anteriores donde se bromeaba con la alopecia de Jada, quien en 2018 hizo pública esa condición y las dificultades emocionales que enfrentó a raíz de ello.

– También se hizo público que Chris Rock, según algunos medios, no conocía la situación médica de la calvicie de Jada.

– Se supo que Chris Rock decidió no presentar cargos contra su colega ante la presencia de la policía de Los Angeles en el evento, aún cuando estaba en posibilidad de hacer que detuvieran a Will Smith por asalto con violencia.

– Los Oscars se emitieron el domingo 27 de marzo. Al siguiente día, la Academia se pronunció condenando el hecho y otro día después, conocimos la disculpa hecha en redes sociales por Will Smith, donde dijo que «cualquier forma de violencia es venenosa y destructiva», que su acción fue «inaceptable e inexcusable», dijo sentirse «avergonzado» y que lo sucedido «no era indicativo del hombre que quiero ser» y extendió las disculpas directamente a Chris, además de los responsables de los Oscars y al público en general.

Y seguramente, tendremos más derivaciones y noticias sobre el hecho. Pero, como dijimos, lo que nos interesa es averiguar qué podemos aprender con ello.

¿Cómo es que una reacción de amor -proteger- puede estar muy ligada a una reacción de odio -atacar-? De ahí que la situación sea tan contradictoria, incluso para quien ejecuta la agresión, cosa que podemos observar con facilidad en el desequilibrio emocional del posterior discurso que da. ¿Cómo hacer pasar por amor un acto de violencia tan claro?

Del odio al amor

Y es que, a partir de nuestras investigaciones en el área de la psicología de las emociones, sabemos que es a partir de la hostilidad, del odio, que aprendimos a amar, cuando niños/as. Y no al revés. La expresión «del amor al odio hay un simple paso» es bastante cierta, aunque se presenta de forma invertida en su origen.

Y esto es fácil de entender cuando viajamos hasta el momento donde se construyen las emociones, nada más nacer, allí donde no había más que el lenguaje de las sensaciones y el cuerpo, anterior a las palabras. En el principio venimos al mundo desde una total inmadurez para poder sobrevivir, con una dependencia total del otro. Es genuina la angustia inicial de perecer y desaparecer (utilizamos a menudo el concepto de «angustia de muerte» en psicología), de la que perdemos conciencia y capacidad de memoria  -tal vez por el mismo trauma y dolor que estas primeras experiencias generan. Pero, por otro lado, es esta emoción -el odio- lo que nos sitúa como seres afectivos de pleno derecho, ¡para bien y para mal!

¿Qué tiene que ver esto con la situación del sonoro cachetazo? Will Smith, como cualquier ser humano, está reaccionando emocionalmente ante una sensación de humillación o de escarnio hacia una persona amada, donde otro (Chris Rock) visibiliza esta persona (Jada) desprovista de afectividad. Están creadas las condiciones para hacer de esa persona, entonces, blanco de la burla, el acoso, el desprecio o el bullying. De hecho, no podemos burlarnos sobre algo/alguien en lo que empatizamos (puedes hacer la prueba para verificarlo). Esta acción va a originar sentimientos de ira, que pueden ser reprimidos o actuados. 

Y aquí tenemos otra clave importante: si ante una situación dada creemos que no tenemos recursos suficientes reaccionamos pasiva o defensivamente. Si en cambio, creemos que disponemos de ellos, nos sentimos capaces de pasar al ataque y neutralizar la amenaza. También es común que quienes ejercen una ofensa verbal o física, elijan a sus víctimas por su condición de fragilidad o de posibilidad de dominio sobre éstas.

Otro aspecto útil de nuestro análisis es utilizar el «triángulo dramático» (del psicólogo transaccional Stephen Karpman), que dispone los roles de víctima, perseguidor (o victimario) y salvador(o héroe, o protector). El protector (Will) defiende o salva a la víctima (Jada) de un victimario perseguidor (Chris). El problema de asignar estos roles triangulares es que son peligrosos estereotipadores y (sobre) simplificadores de la realidad, haciendo que actuemos sin consciencia, con consecuencias siempre dramáticas pero incluso, a veces, trágicas.

Cuando asumimos estos roles, nuestras expectativas y acciones se encuentran condicionadas, atadas, limitadas al ejercicio de una función predeterminada al rol, evitandonos explorar otras vías de conducta posibles. 

¿Por qué ejercer roles es tan habitual?

Además de mencionar que no tenemos otro modo de transitar la vida sino a través de ellos, hay dos razones importantes detrás de adjudicar o asumir roles: por un lado, nos permite dar curso más fácilmente a la expresión emocional. Pero más importante, y esa sería la segunda razón: sin tener que lidiar con las consecuencias. Las inconsistencias del ejercicio de esa emociones en el comportamiento quedan justificadas por el rol. En el caso de Will, tal como señaló él mismo, estaba «llamado a proteger» a los demás y eso es lo que «justifica» su acción de pasar al acto y agredir al otro. Pero antes de la crítica al personaje, recordemos que no es nada muy diferente de lo que nos pasa al resto de los mortales.

El problema con los roles no es que solamente afecta nuestra propia conducta, sino que dirige mensajes y funciones al resto de los participantes en la ecuación: como en un tablero de ajedrez, la posición de una pieza afecta la movilidad de las otras. Mi rol establece un rol en los demás, y viceversa.

Los roles  nos impiden ver los grises reales de cualquier interacción que quedan suplantados por visiones «en blanco o negro», totalizantes, que evitan la contradicción, en la que asumimos que lo bueno está adentro y lo malo es colocado afuera, es una percepción distorsionada (y por tanto irreal) del mundo.

Sin ver los grises (ya sea dentro o fuera), perdemos la posibilidad de una comunicación más objetiva y se escapa esa posibilidad (como la perdió Will en ese momento y la perdemos todos y todas a diario) de reflexionar, expresar e inspirar a otros a explorar esas complejidades y sufrimientos emocionales. El golpe, la agresión suplanta entonces la palabra. Y la dificultad es que debemos obligadamente volver a la palabra para retornar al punto de inicio y, desde allí, al perdón y a la potencial reparación.

Aunque esta idea es algo personal-, estamos esperando ese café o cerveza entre Will, Chris y Jada que nos devuelva la certeza de que, del mismo modo en que somos capaces de destruir en nombre del amor, podemos resarcirnos desde el odio hacia el amor, construyendo puentes donde hay rechazo o distancia, nuevamente, como lo hicimos todos en un inicio cuando amamos a pesar del disgusto y de la insatisfacción. 

Y es que el odio puede ser tan importante en la construcción del desarrollo emocional como el amor, porque es a través de él que maduramos nuestras relaciones. Abracemos nuestras contradicciones y utilicemoslo para un mayor conocimiento y gestión de nuestras emociones.

Artículo publicado en la columna La Puerta Psicosocial | Diario Primera Edición | Argentina

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