¿Podemos no comunicar?

La respuesta a esta pregunta -siempre negativa-, nos lleva a comprender que comunicarse no solo es inevitable, sino que lo es porque es inexorablemente constitutivo de nuestro desarrollo como personas individuales, en nuestra articulación en los grupos y organizaciones, y extensivamente, en nuestras sociedades. Vivimos porque nos comunicamos, no hay vida sin comunicación, y del mismo modo, no hay evolución o aprendizaje sin ella.

Y si bien la comunicación es una propiedad atribuible a toda la naturaleza -macrocósmica y microscópica-, con la especie humana ésta adquiere una nueva dimensión al estar adosada al fenómeno de poder ser conscientes de nuestra existencia. En cuanto a la conciencia de la comunicación, somos capaces de percibir como la comunicación se activa y se ejecuta, en vez de sólo reaccionar instintiva y automáticamente a ella, como sucede en otras especies.

Siempre que tenemos oportunidad, decimos que la explosión de nuestra capacidad humana se dió gracias a la posibilidad de escapar de la acción de la inmediatez, de salirnos de la «cárcel» del presente: pensemos en otros animales, por ejemplo: si se le pone delante el alimento, no pueden decidir «no voy comer ahora» y reservar su alimento para más adelante. Están, por decirlo así, «presos del aquí-ahora». Y aún algunas especies que pudieran acopiar reservas, como las hormigas o abejas, realizan estos actos por puro automatismo biológico, no como un hecho deliberado, o expresado de otra forma, no pueden elegir hacerlo o no, seguir o no esa conducta.

La maravilla de nuestro desarrollo cerebral humano permitió no solo que almacenemos datos relevantes del pasado en nuestra compleja memoria, sino también que podamos proyectar una realidad no acontecida aún, a saber, el futuro, a partir de nuestras capacidades creativas e imaginativas. 

Así, el humano puede «hackear» la realidad dada, los estímulos presentes, por dos vías: la recuperación de experiencias pasadas por un lado, y la creación de situaciones imaginarias, por otro. En cada situación, tenemos la habilidad de crear una realidad paralela, desde y hacia el presente, pasado y futuro, viajando en el tiempo lineal incluso en milésimas de segundo.

Cuando hablamos de comunicación y conciencia, por lo tanto, estamos representando una capacidad de percibir algo no solo en este momento actual, sino de procesar nuestras percepciones dentro de un contínuo temporal complejo que fluctúa entre hechos memorables de nuestro pasado, de aspectos significativos que captan nuestra atención en nuestro presente y, también en cómo catapultamos nuestros procesos psíquicos hacia escenarios futuribles imaginados.

El elemento aglutinador que hace que los eventos pasados, los estímulos presentes y las proyecciones futuras se tornen dignas de nuestra percepción es, desde nuestra teoría, el factor emocional-afectivo.

Todo evento que se adhiere con el «pegamento» emocional, queda anexado, etiquetado significativamente, y por lo tanto, capaz de impregnar de importancia subjetiva cualquier punto de esa línea temporal pasado-presente-futuro. Podríamos dibujar en la expresión «emoción mata tiempo», como el eje organizador afectivo es condicionante en nuestra estructura psíquica para comprender la realidad. Así, la emoción dota de circularidad al tiempo, o dicho de otro modo, la emoción hace circular al tiempo («el tiempo circula»).

De hecho, esta cualidad humana está representada muy claramente no solo en la patología mental severa (psicosis), donde nos volvemos esclavos encadenados a ciertos eventos traumáticos de nuestra historia personal de forma inconsciente, sino que también utilizamos este mismo mecanismo en nuestras funcionales vidas ordinarias (neurosis), donde somos también fuerte y permanentemente condicionados por la emoción, pero con la elemental diferencia de que hemos podido organizar esas fuerzas emocionales en vínculos afectivamente más o menos aceptables y saludables. 

De hecho, los desequilibrios que tanto vemos en las consultas de los profesionales en varios ámbitos, se corresponden con la necesidad de estas readaptaciones emocionales, afectivas y vinculares a contextos desafiantes, bien por la aparición de algo nuevo o cambios en los ya existentes, o bien porque nuestros propios parámetros perceptivos -condicionados emocionalmente- han variado.

A pesar de que nuestra existencia esté ligada a nuestra organización afectiva, ésto no representa en sí mismo necesariamente un problema o una condena (aunque bien puede serlo). De hecho, la salud psicológica se alcanza cuando se perciben las bases emocionales, afectivas y vinculares de nuestro comportamiento. Al hacerlo, logramos más «grados de libertad» de nuestra conciencia. Liberamos energía psíquica de vía inconsciente y más automatizada hacia una nueva ruta de procesamiento, más consciente y mediatizada por aspectos emocionales, cognitivos y conductuales, y por lo tanto, menos autorreferenciales y más creativas.  Es decir, la exploración emocional-afectiva consciente es un camino de transformación activa de nuestra realidad por una mucho más acorde a nuestras necesidades profundas y más plenas de sentido.  

En nuestras redes neuronales en el cerebro, el factor emocional-afectivo desdibuja las fronteras de la división temporal, haciendo posible viajar en el tiempo cronológico para integrar más satisfactoriamente nuestra personalidad.

Los procesos terapéuticos -de cualquier tipo- buscan justamente producir este contacto y reconfiguración emocional-afectivo desde la que producimos nuestra percepción. 

Un tipo especial de la therapeia, es decir de la ayuda dedicada y comprometida de una persona hacia otra, es el mentoring. Su objetivo explícito es potenciar procesos de cambio o adaptación deseados por parte del mentee o mentorado/a, facilitado por la acción del mentor o mentora, dentro de -al menos- un campo compartido por el mentee en el que el primero -el mentor- tiene expertise o experiencia. Además, el mentor debe contar con adecuada y suficiente formación, entrenamiento y práctica en la tarea de este acompañamiento profesional.

 

Las mentorías dobles o cruzadas

Si, tal como reza el precepto de la psicología social enunciado por Pichon-Rivière, «sin comunicación no hay aprendizaje», deberíamos poder enfocarnos en como producir una «eficaz comunicación» para que se genere un aprendizaje también eficaz.

Pero entonces, ¿qué hace que una comunicación sea eficaz? Como no podía ser de otro modo, la comunicación implícita, de base inconsciente -aquella que no necesariamente se ve, pero que siempre se siente- va a ser la preponderante, y será condición necesaria para una comunicación integralmente asertiva.

Hay dos aspectos fundamentales que conviene diferenciar: la comunicación interna, es decir cómo me represento internamente la situación y las expectativas vinculares a partir de ello, o sea, que estoy esperando yo en mi relación con el otro, con el grupo, con el medio. En segundo lugar, tenemos que considerar como esa comunicación interna va a expresarse de modo externo, especialmente al otro hacia quien va dirigido. Ya no las expectativas propias, sino como éstas son comunicadas al mundo y al otro.  

Así que por lo tanto, para que una comunicación sea eficaz, va a necesitar de una coherencia interna entre el factor emocional, cognitivo y conductual (un alineamiento) y luego de una externalización adecuada, donde cada uno de los factores comunicados, el sentir, el pensar y la acción, son significados de forma coherente no solamente por el individuo sino que además son percibidos por el receptor, en esas mismas tres esferas, generando una conexión satisfactoria de doble vía con el emisor (o rapport, que también decimos en psicología). Por esta razón, solemos integrar mejor un mensaje cuando se ha establecido una vinculación afectiva positiva, donde el contenido es significado de forma más eficiente (con menor cantidad de esfuerzo) y de forma más efectiva (de acuerdo a las expectativas creadas).

En el caso de las mentorías dobles o cruzadas, es decir, dos (doble) o más personas (cruzadas) donde se alternan funciones de mentoría. Aquí, el proceso de rapport se mantiene en un nivel muy elevado, gracias al entrenamiento del que los mentores ya disponen. Las mentorías dobles o cruzadas, a diferencia de un proceso de mentoría ordinario, permiten a los mentores realizar su trabajo mientras reciben ellos mismos ayuda, simultáneamente, en su rol de mentees o mentorados.

Entre las múltiples aplicaciones de este tipo de mentoría, vemos como comienza a verse extendida para paliar ciertos efectos no deseados en organizaciones y empresas. Actualmente muchas instituciones se enfrentan a un problema que algunos analistas dan en llamar la “Gran Rotación”, debido a que una gran cantidad de trabajadores -muchos jóvenes y bien cualificados- van abandonando un puesto tras otro en busca de mejores condiciones, sin vincularse en profundidad con ninguna empresa. 

Se ha pasado de ver un currículum lleno de saltos laborales como un problema, para en cambio percibirlo como señal de buena aptitud laboral y competencia profesional. Esto supone un gran problema de retención de personal valioso para los departamentos de recursos humanos. Por ello, una de las acciones que han movilizado muchas de estas organizaciones son las mentorías dobles y mentorías cruzadas entre trabajadores senior que aportan una visión de valores y cultura empresarial a los más jóvenes, mientras que éstos, a través de actividades conjuntas, capacitan y brindan apoyo en conocimientos y habilidades -por ejemplo, tecnológicas-. Esto no solo favorece un eficiente trasvase de competencias -horizontal y vertical- y los niveles de retención, sino que además redunda en un mejor clima organizacional y bienestar en el trabajo.

Artículo publicado en la columna La Puerta Psicosocial | Diario Primera Edición | Argentina

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