¿Qué significó este mundial?
En algunos lugares del planeta el fútbol es una actividad recreativa más en una lista de tantos otros deportes. En esos sitios, un triunfo mundialista no genera más que una atención efímera, prescindible y de un valor relativo. Pero en cambio, para otras sociedades como la Argentina, atravesadas por la pasión por la pelota, el fútbol significa mucho, muchísimo más; tiene una proyección que hace que nos identifiquemos con algo «inexplicable»; y ya saben que, en esta columna, «inexplicable» quiere decir «desafío de aprendizaje emocional e intelectual».
¿Por qué cuesta tanto explicar la pasión?
Aunque la pensemos como una llama repentina que nos enciende sin control, la pasión no surgió de la nada ni de la noche a la mañana; se fue haciendo a fuego lento, con cada momento vital que nos marcó, lo recordemos o no.
Se fue cocinando cuando tu papá, mamá, tus tíos o abuelos te hicieron del cuadro y ni siquiera sabías hablar; cuando no dabas ni tus primeros pasos y te pusieron la redonda delante de los pies, cuando fuiste creciendo y te escapabas a patearla con primos, amigos o vecinos en cuanto había oportunidad; cuando de chiquito te llevaron a una cancha a alentar, cuando lo que más querías era el recreo para salir a jugar; cuando patadura, mediopelo o talentoso, eras parte de un equipo esforzándose por ganar, y aunque no daba lo mismo, perder, empatar o triunfar, era hermoso sentir el cansancio con la camiseta pegada a la piel; cuando se te daba y metías un gol, con el que te sentías más especial, o cuando perdías, y tocaba tragar y aguantar.
Y pasó el tiempo, crecimos y empezaron a abrumarnos los estudios, el trabajo o las responsabilidades. Nos tocó renunciar dolorosamente y medio a regañadientes, a no ser ni Maradona ni Messi. Pero, por suerte, la pasión no se negocia fácilmente, y deslizamos hasta las piernas de unos pocos elegidos, todos nuestros distintivos benditos. Y nos quedó el hecho y el derecho al placer y al sufrimiento de alentar. No lo hacías solo, el juego era siempre motivo para la reunión con los afectos. Y si jugaba la selección, bueno, ahí se sellaba una hermandad, a veces en el festejo del abrazo de un gol y muchas otras, en la bronca o en el consuelo y que vaya mejor en la próxima ocasión.
Esta no es simplemente una selección, es tu selección, te representan porque detrás de todo viven estas historias que construiste y construimos hasta hoy.
Y corremos la pelota en los pies de esos otros que son los nuestros, que sienten parecido a lo que soy yo, fantaseando gambetas, cambios y tácticas en la mesa familiera del domingo, en la charla animada de cualquier oficina, de la obra o del bar. ¡Si hasta los espectadores ocasionales sucumben a la pagana influencia de unos colores, y todo se transforma en una ola de afiebrada ansiedad por mirar aterrizarla en la red del rival!
Por eso es acertada la frase repetida, como una advertencia a quien sea foráneo de este amor: «no lo entenderías». Porque el fútbol no es algo que pasa hoy, empezó allá atrás, con tus amigos, con la familia, con tu gente, como red invisible tejida de interminables horas enganchado a la pantalla, alentando, charlando o discutiendo sobre algo que, al final, se hace difícil explicar…
Algo más que pasión.
Más allá de la locura y del festejo, la selección dejó una borra de enseñanzas al final de esa deliciosa y narcótica infusión: nos dejó junto a la estrella de regalo, un legado. Por eso decimos, que esta «selección», mejor dicho, «es-la-lección».
Este fue el triunfo de los líderes tranquilos, del grupo por encima de la individualidad, del espíritu de la humildad, del sostén y del trabajo y amor por lo que se hace. No fue solo talento. El talento despojado de inteligencia, resulta muchas veces en maldición. Ese equipo protegió su legado, y se hicieron uno solo en la tormenta, y cuando arreció el mal tiempo, nos dijeron «no se preocupen, estén tranquilos, este grupo lo da todo hasta el último minuto». Así lo hicieron, y ese gesto de compromiso hizo escuela. Y tiene el potencial de impregnarse tan fuerte como lo hizo la alegría. Después de esto, ¿quién más puede creer que lo imposible no se puede lograr?
Lo humano -solemos decir- es complejo. Y es que cualquier cosa atravesada por lo emocional, que nos moviliza emocionalmente, deja de ser algo simple. Nos pasa con las ideas que perseguimos, con las personas con las que nos implicamos, y claro, también con el fútbol.
Cuando nos preguntan qué es ser argentina o argentino, nos referimos a «alguien pasional». Tanto da si se habla de fútbol, de familia, de política o de amistad. Y enseguida recurrir al «para lo bueno y para lo malo».
Pero es que además, cuando ese manantial pasional alcanza a una (abrumadora) mayoría -que es lo que sucede cuando juega la selección- las derrotas o victorias generan un terremoto emocional colectivo.
Lo maravilloso del deporte, del fútbol, del cine o del arte, es que esa movilización se produce en muchos a la vez, y esto permite -gracias a la emoción que le da fuerza- un fluir privilegiado y caudaloso de comunicación.
Deconstruir para aprender
El problema con la pasión es que en ella viene todo junto, magnificado, enmarañado, complicado. Nos subsume, de nuevo, en lo inexplicable. Es un tsunami que nos impacta con fuerza, nos desorganiza e inunda. Y nos hace llorar, sea de pena, de alegría, o por desahogo nomás.
Siempre decimos que para aprender no basta con entender. Para aprender hay que sentir, sólo así pasamos del entender al comprender. Comprender lo que se siente implica que hacemos algo con lo entendido.
Desde mi punto de vista, profesional y personal, no hay nada más valioso que ese fin: la utilización de la emoción como base sólida del aprendizaje, con capacidad de dar y darnos, a todos y cada uno, más bienestar, más experiencia, más felicidad.
Y como las ocasiones de sentir tan abultadamente, no son demasiado habituales, aprovechemos el sentido extraordinario de esta oportunidad que vino con un mundial: Es un regalo no dejar pasar por alto como se construye el logro colectivo, alcanzar la excelencia y lo que significa llenarse de felicidad.
El Scaloni emocional
Solo recientemente, el DT nos contó con el alivio del objetivo cumplido, la conversación que tuvo con el otro capitán, el de cancha adentro: como ganadores de la Copa América y una vez clasificados para el mundial, había una enorme expectativa y presión para estar a la altura de esos logros en el mundial, y el técnico sentía ansiedad por la desilusión de inmensas proporciones que podrían causar. Ante todo esto, un honesto y humilde Scaloni relata: «tenía que tener esa charla con él (Lionel Messi), descargarme con él, hablar con él y contarle lo que sentía». Y entonces, según nos contó, la respuesta que tuvo de Messi ante esa posible desilusión fue «¿qué importa? seguimos, porque seguramente va a ir bien y, sino, no pasa nada por intentarlo». Esta confianza plena no se basaba en los resultados, sino en el esfuerzo y el disfrute del equipo por darlo todo.
Si bien hay multitud de cosas positivas para destacar, tal vez una de las más importantes de este equipo sea lo necesario que resulta abrirse emocionalmente al otro, como decidió hacer Scaloni, gestionando los miedos y la vulnerabilidad. Decir como uno percibe las cosas, sin censurar seguridades ni temores, genera una conexión y una empatía natural con los demás.
Esa comunión empática, cuando va en todas direcciones, define que un grupo alcance sus dos objetivos. Y sí, siempre hay dos objetivos en los grupos humanos, uno más prosaico o racional que tiene que ver con lograr una meta, la distribución de roles y tareas para su consecución, Aunque muy necesario, es del todo insuficiente para el otro gran propósito, de base emocional. Éste último, aunque a veces ignorado o denostado, siempre está presente y es en realidad el objetivo más potente y fundante de todo aquello que se busca alcanzar. Nos hace enfrentar lo cotidiano con la fuerza, esperanza e incluso alegría, es el objetivo de empatizar con los demás, de sentirnos recompensados en un gesto, en un abrazo, en una sonrisa, en un genuino deseo de que al otro le vaya bien porque el éxito ajeno es también un éxito propio. No es ganar sino triunfar, que implica el reconocimiento amoroso de los demás. El triunfo sólo se alcanza cuando el logro grupal es dual: emocional y racional.
¿No es acaso lo que éste seleccionado generó? ¿Cuánta felicidad colectiva produjo lo alcanzado a través de un escasísimo número de cuerpos y mentes? Somos muchos los campeones gracias a la generosidad y a la entrega de ese reducidísimo plantel. El alcance de su victoria se multiplicó exponencialmente en una gigantesca multitud que los deseaba abrazar. Ni siquiera había que vestir la misma camiseta, esta copa la festejaron en (casi) todo el mundo, por los valores de perseverancia, por la actitud de quien derrotado, busca su fuerza y renovado, se logra levantar.
Tal vez esta copa ha sido diferente, y probablemente será aún más valorada que las anteriores, porque no solo hubieron grandes actores como en otras ediciones, en ésta copa del mundo no se trató tanto del mensaje «solos, no se puede», sino más bien de «solos, no tiene sentido». El equipo, lo colectivo pone el logro en otra dimensión, es otro universo.
Con ellos, recordamos todos que lo imposible es solo aquello que no podemos imaginar o eso en lo que no nos hemos puesto aún a construir. Que lo más valioso es el hallazgo del otro, del trabajo junto al otro, el respeto del otro. Decía un periodista que esta selección le hizo cambiar su forma de trabajar, que había prácticas que entendió que debían dejarse atrás, que la virtud individual no puede hacerse a expensas de la salud grupal. Llevaba razón.
Es-la-lección. Lección de humildad, del paso a paso, de no querer correr antes de andar, del respeto al rival, de la importancia de lo emocional, de lo que es encontrar entre otros nuestro propio propósito y rol, del deseo constante de aprender y disfrutar.
¡Selección, gracias por la lección, gracias por volvérnoslo a recordar!